La luz de los reflectores apuntan a uno solo mientras que, todo al rededor está completamente oscuro, la música suena al tiempo que la punta de sus dedos tocan sutilmente las teclas del piano que junto a su voz forman la más hermosa melodía, es una bella canción de amor que embelesa a cualquiera que la escuche, y justo al frente yace un gran público que contempla admirado su actuación, la inspiración llega al punto máximo, todo es perfecto, parado sobre un piso de hermosa madera pareciera volar, su voz suave que se junta con el viento acaricia mis oídos, todos mis sentidos están conectados a él que soy yo, el éxtasis de unos cuantos pronto se pondrá de pie al son de una última nota, el éxito está cerca cuando de repente, ¡puff!, todo se desvanecía justo al momento de tocar el acorde final y bastó para que el escenario, el bello piano y el público desaparecieran en un instante para volver a la realidad de una diminuta habitación que no tenía más que una pequeña cama, una guitarra y un teclado de apenas cinco octavas.
Las lagrimas de aquel chico no soportaron no asomarse al tiempo que una pregunta entre labios trastorna su mente – ¿Cuándo será el día en que mi sueño se hará realidad? – al fondo, en las afuera de su pequeña habitación, se escuchaba una canción que le causaba melancolía, esa canción lo cautivó y comenzó a susurrar, cantaba y pensaba en dios y le pedía solo una cosa, su mayor deseo, su único sueño, tener un poder para ayudar a los pobres.
Con su cuerpo unido a la cama trataba de planificar una nueva vida al ras de sus más bellas melodías, melodías que le decían – déjalo todo – pero que a su vez podría traer duras consecuencias, ¿Qué hacer?, esa era la pregunta frecuente en un tiempo de abundantes encuentros, de grandes contradicciones.
Pasaron los años y el chico comenzó a crecer y seguía cantando, pero esta vez se había planteado una nueva aventura, un sueño distinto, luchar por la humanidad. Estudiando en un colegio religioso se encontró con su alma y pensó en la santidad, se juntó a la iglesia y cantaba para ella en las misas de seis, comenzó a irse a las montañas en busca de Dios, él quería encontrarle en lo alto, estar mucho más cerca del cielo y allí conoció la humildad y se hizo amigo de ella, al poco tiempo se vio rodeado de amor y se encontró de frente con el pueblo y sus necesidades, entonces entendió que ya había conocido a dios y le miró de frente y le apretó sus manos gruesas llenas de barro diciendo: es pueblo, Dios siempre fue el pueblo.
Se juró luchar por los demás y se puso como meta la eternidad, seguía cantando y soñando y quiso volver para encontrarse con el cielo, pero así como conoció el cielo también supo del infierno, se enfrentó a los diablos que protejen al sistema y se hizo fuerte, defendió sus creencias y no coincidían muchas de ellas con la fe que manejan los “eclesiásticos” y su fuego, el fuego infernal quemaba en lo interno de lo que parecía “puro”, en paredes con cruces y en cuadros con santos y entonces todo, después de allí, fue decepción.
Pero la promesa se mantenía firme, así como firme siempre se mantuvo al cantar, el chico quería justicia y por justo perdió la anuencia de los cretinos, perdio su concepción de dios pero ganó mucho, ganó sabiduría y entendió que el ser humano tiene el asombroso poder de transformarlo todo.
Siguió soñando y caminando, gritó revolución y le ardía el pecho de tanto amor como solo suelen amar los revolucionarios, desde niño supo lo que quería y no dudó en luchar por ello...
Edwin "L´Bachi" Velásquez
(2007)